Tengo una mujer envuelta en mi vida. No sé cómo llegó a mí. Lo más probable es que esté de vacaciones o que hayamos coincidido en todo este momento a mirarnos y provocarnos más. Yo le llamó amor, cuando ella duerme y soplo despacio la luna para poder abrazarla. No creo que ella sea tan fidedigna hacia sí misma. No creo que pueda ahogar la noche, simplemente para no extrañarla. Me creerías si te digo que ya no duermo? Ya no tengo paciencia ante mi vida. No tengo razón para seguir ahondando sobre ambos y poner excusas magras para que te quedes un poco más conmigo. Ya no llevo la vida de antes, las fábulas diurnas que suelo contarme para poder trabajar y mirar por la ventana de la oficina. Queriendo que te aparezcas como la gran revelación de la historia. Como una llamada a tierra desde la luna. Yo una y dos veces me siento preocupado, desalentado. No sé ya cómo dejar de pensar en ti y en tu cuerpo. Como una planta silvestre de las que te quedan restos en los jeans. Qué hacer para liberarte o liberarnos? Manejar la vida no es cómo manejar un vehículo. No es voltear la vista y merodear si estás cerca. Yo hoy te siento lejana. Te siento ausente de a ratos. Como si parpadearas y no fuera por mí, ni por nosotros. Llevo días sin dormir, sin soñar. Ya no llevamos la hoja perenne de nuestro contrato. Yo argumento que nunca más deberías tener descanso sin mí. Que podría apretarte la cintura y jugar a que eres mía. A soñar el café en la boca. Los besos en tu rostro, en tu cuello blanco. Qué garantía tenemos ambos? Qué cosa hemos dejado a trás para decir que no puedo soltarte y desamarrar los zapatos. Ven de tarde y acuéstate conmigo. No pares de abrazarme, que llega la mañana y me da miedo no escuchar tu voz. No sentir tus pasos con los míos. No sentir nada, es mentira.
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