domingo, 1 de junio de 2008

Sebastián I

Transparentes se volví­an. Como un viejo seto una vez más.

Sebastián miraba todas las mañanas muy de temprano a través de su ventana. Se miraba. Contemplaba el dichoso mar. La playa de su niñez, el refugio de sus años.

Sebastián hombre de ojos negros, piel canela y cabello corto.
Sebastián nombre de su papá.
Sebastián una mañana.

Mi mente es como el agua -dijo- transparente. A veces rosada, azul o demasiado oscura. Tan parecida como una lluvia o como un vapor. Ágil como un río. Estancada como un lago. Llena de tantos peces que son mis ideas. Tan amargo como un Atlántico. Recordó, que alguna vez le dijo a alguien en una noche de verano.

Las hojas se llegan a secar cuando te olvidaste de mí.
Todas las flores huelen a ti, inclusive las que no huelen.

Yo viví­a en una isla en la que sólo había elefantes. Elefantes bárbaros, elefantes de louvre, elefantes rosas, rojos, blancos, amarillos, y con acento español.

Ideal, que cortes tu cabello, que ponga flores de lavanda. La muerte canta tan bien como una tribu del futuro. Se oyen pájaros distantes como dolorosos sonetos. Discretas mis palabras cuando no las quieres oír, innombrables cuando las recuerdas. Vibrante y mágica como un dolor, como una confusión así­ te recuerdo. Fervientes las rocas que quieren partir. Vagabundos nunca más!, recitaré con sorpresa de tu vista. Vendrás alguna tarde, como una fiebre, vendrás con un adiós, como alguna voz que ya olvido. Mientras tanto, una osada armoní­a envuelve todos los puentes que nunca en mi locura he sabido aceptar. Ya no me resiento con la bruma, ni con los marinos que me miran de lejos, ni con los barcos que ya no veré.

He guardado un sueño para la rivera, fantástico como un boleto para un castillo libre de los que la tristeza aún no visita. Paseo con los pies errantes, con la agonía de un baile. Despierto a las lilas y despierto con alguna piedra al mar, Azul -le grito- aunque su color sea turquesa.

La gente recordaba un naufragio pero no sus ojos negros.
Veía un peugeot del 80, a la risueña cara de su madre, a la naturaleza, al galope de la luna, al silencio de verla.
Y los campos ya no hablaban de él, ni siquiera la señorita que sufrió de crisis cuando recibió una carta que nunca esperaba.
Y el ruido de su casa se había vuelto una calma. Sus cristales sucios aún miraban la playa. Su perro ya muerto ya no ladraba. Y olvidado ya de llorar casi su madre.

Abordo como un infante este horizonte.
Prometo verte todos los días como un misterio, con los ojos más oscuros, con los retornos más ansiados.

Mientras el sol me quemaba la cara y el agua se me habí­a acabado.
Transparentes se volví­an. Como un viejo seto una vez más.



*es el primer texto esbozado sobre Sebastián.


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